Érase en Portugal, a un paso de la bella Lisboa, una villa encaramada a una montaña cubierta de bosque donde los castillos y palacios permiten volver a ser niños de nuevo. Se trata de Sintra, la inimitable Sintra. La niebla se balancea voluptuosa entre los árboles para ser compañera en la lectura de un cuento en el que vive la magia y el misterio. Está claro que algo tiene este lugar, que el que fuera retiro veraniego de los monarcas lusos se dedica con pasión a vestir cada estancia de locuras decimonónicas, de caprichos cuyo origen sólo se explica en los sueños. Dicen que Sintra es la capital del romanticismo, también de la nostalgia. El encanto camina por los jardines de Palacio, de mansiones extravagantes donde cada detalle tiene un significado. El viajero llega a esta villa sin parangón con la sensación de que acaban de abrírsele las puertas de un mundo paralelo como en Alicia en el País de las Maravillas donde nada es lo que parece.
Una excursión a Sintra es una de las escapadas más recomendables que se pueden hacer desde Lisboa. Un destino especial como pocos en el que debemos escoger bien qué debemos visitar. Después de haber tenido la suerte de recorrer varias veces la villa me gustaría aconsejaros cinco lugares que ver en Sintra si algún día decidimos embarcarnos en este viaje de cuento.
Sintra, la ciudad de los palacios y el romanticismo
Los árabes llamaron Xintara a un asentamiento al que antes habían llegado los celtas, romanos, godos, vándalos y alanos. Al parecer es una variación fonética de la manera de llamar a la luna que tenían los celtas, «Cynthia». La Sierra de Sintra contó con un castillo musulmán del que hoy todavía quedan restos de sus murallas. Más adelante pasó a manos cristianas, tanto a la Corona de Castilla como después a los monarcas del Reino de Portugal que decidieron establecer aquí su Palacio de verano. Mucho antes ya habían venido las distintas órdenes religiosas y de caballeros, incluyendo los templarios, que vieron en éste un lugar excepcional. A tan sólo 30 kilómetros de Lisboa, Sintra se encuentra protegido por las montañas, por la densidad de profundos bosques y un microclima que durante los arduos veranos lisboetas le restan unos cuantos grados al termómetro.
La época de los grandes descubrimientos donde los navegantes portugueses llegaron a más de medio mundo hizo de la villa de Sintra un lugar cada vez más rico y próspero. De hecho, no pocos de estos navegantes tenían su origen allí. Pero fue en 1755 con el fatídico terremoto de Lisboa cuando Sintra sufrió incontables daños y se pensó que su leyenda había terminado. Pero en realidad, no había hecho más que comenzar. La monarquía lusa, así como la aristocracia, los indianos millonarios y artistas venidos incluso de Inglaterra, se ocuparon de volver a levantar los edificios. Sobre las ruinas de un monasterio que pereció con el temblor, renació en el segundo tercio del siglo XIX uno de los palacios más asombrosos que jamás han visto la luz. Fernando II de Portugal fue el artífice del que el Palacio da Pena sincronizara distintos estilos arquitectónicos (neogótico, neorrenacimiento, neoislámico, etc.) hasta ensamblarse en un pre-modernismo inusual que recuerda al mejor Gaudí, aunque en ese momento el genio catalán no hubiera hecho más que salir del vientre de su madre.